A medida que voy estudiando casos de deportistas encuentro un patrón repetitivo que me hace reflexionar y es el hecho de competir desde el miedo. Muchos competidores han construido su carrera a partir de una exigencia desmedida en su niñez que llevó a tener una vida profesional muy dolorosa.
Muchos atletas han sido víctima de presión paternal para formarse como profesionales y llegar a la élite.
Para empezar, me pregunto cuántas serán las miles de historias que no salen a la luz, que no se conocen y que no trascienden los núcleos familiares.
Me pregunto por qué nuestra conciencia social está sesgada sólo por los casos de éxito. Nadie conoce las historias de fracaso.
No existen los documentales de las personas que quisieron llegar y no pudieron. Sin épica, aparentemente, no hay historia.
Ahora bien, ¿todas las historias exitosas son de cuentos de hadas? Definitivamente no.
El caso de Bernard Tomic
El tenista australiano Bernard Tomic abrió su corazón a principios de este año cuando comentó a la prensa que “aún teme a su padre”. Desde muy chico fue sometido a una presión excesiva para convertirse en una estrella del tenis, entrenando más de 10 horas por día y ganando partidos sin disfrutar, incluso a veces sin siquiera tener ganas de jugar.
Si quieres saber más sobre la importancia de disfrutar en el alto rendimiento puedes leer este artículo:
¿Vale la pena pagar ese peaje para llegar a lo más alto?
Sólo el protagonista lo puede responder.
¿Cuál es el motivo por el cuál un padre hace esto?
Sólo el protagonista lo puede responder.
La semana pasada Tomic, que pasó en los últimos meses de los primeros puestos del ranking a estar en el puesto 800, ganó dos títulos seguidos. Inmediatamente después de celebrarlo, empezó a hablar de los haters y de su “archirrival”, demostrando que todo su mecanismo de competición no se basa en su propia realización personal sino que se centra en probar a los demás que están equivocados. Competir desde el miedo, desde la validación externa, desde la aprobación.
Lamentablemente, esos son los resultados que generó la presión paternal excesiva y que son patrones muy difíciles de modificar en la adultez ya que operan a nivel inconsciente. Obviamente se puede cambiar, el cerebro tiene la capacidad de hacerlo a partir de la neuroplasticidad, sin embargo el daño ya está hecho.
El dragón que escupe fuego por la boca
Una de las autobiografías más potentes que he leído es la historia de Andre Agassi, otro tenista de élite reconocido mundialmente. Este personaje histórico y disruptivo comienza su autobiografía en forma sorpresiva diciendo que odia el tenis y describiendo minuciosamente la presión que sufrió por parte de su padre desde los 7 años, contando al mundo sobre el “dragón” al que se tenía que enfrentar durante horas cada día: una máquina tétrica que escupía pelotas a 180 km/h (construida por su padre) a la que temía profundamente.
Te voy a compartir un fragmento para que tomes dimensión de lo que enfrentaba este niño cada día durante horas:
“Por el momento, mi odio al tenis se focaliza en el dragón, una máquina lanzapelotas modificada por mi padre, que escupe fuego por la boca. Negro como la noche, montado sobre unas grandes ruedas de goma y con la palabra PRINCE pintada en letras de imprenta blancas sobre la base. A primera vista, el dragón se parece a todas las máquinas lanzapelotas de todos los clubs de campo de América, pero es, en realidad, un ser vivo que respira, recién salido de uno de mis cómics. El dragón tiene cerebro, voluntad propia, un corazón negro y una voz espantosa. Al tragarse otra pelota e introducirla en su vientre, el dragón emite una serie de sonidos repugnantes. A medida que la presión se acumula en su garganta, gruñe. Y cuando la pelota asciende lentamente hacia su boca, chilla. (…..) Cuando el dragón apunta hacia mí con puntería mortal y me lanza la pelota a 180 km por hora, el ruido que brota de sus entrañas es una especie de rugido que me hiela la sangre. A mi siempre me asusta.”
Agassi se construyó como persona y como atleta de alto rendimiento a partir del miedo y de una necesidad ajena.
Si Agassi odiaba el tenis, odiaba su vida. Y no la podía dejar, era una adicción tóxica. Imagina por un momento si André hubiese tenido la posibilidad de competir desde el amor y no desde el miedo.
Agassi hacía feliz a millones de personas con sus golpes mientras la procesión iba por dentro.
“Bendito dios”
¿Conoces la historia de Michael Bentt?
Un campeón mundial de boxeo que también odiaba su deporte, y que solo lo practicaba debido a las reiteradas amenazas y agresiones de su padre, un boxeador frustrado que estaba obsesionado con tener un hijo campeón mientras miraba por televisión a Muhammad Alí tirado en el sillón.
El día que Bentt le dijo a su padre que no quería ser boxeador fue golpeado violentamente por su progenitor con la antena del televisor. Molido a golpes y con el miedo corriendo por sus venas, Bentt decidió seguir peleando hasta convertirse en una estrella mundial.
Michael Bentt fue protagonista de su propia película de terror (paradójicamente, hoy asiste a artistas de Hollywood que actúan de boxeadores a preparar su performance).
En una de sus peleas defendiendo el título, este peleador cayó a la lona en una oportunidad, tuvo un accidente cerebral y estuvo en coma tres días. Cuando se enteró de que debía retirarse sólo dijo: “Bendito dios”
¿Creías posible que un deportista que es el mejor en lo que hace puede sentir alivio al saber que no va a hacerlo más?
Competir desde el miedo
El miedo es una emoción que se relaciona con la supervivencia. Por un lado, el miedo es útil porque es un mecanismo que permite al humano sobrevivir y evolucionar. Sin embargo, el miedo también puede jugar un papel contraproducente si no es utilizado de manera funcional.
Las amenazas externas a las que estamos expuestos y las experiencias pasadas dictan el ritmo de cómo nuestro cerebro interpreta esas señales y las traduce a través de la emoción del miedo.
El miedo no es sólo mental, es fisiológico.
Competir desde el miedo implica tensión, enojo, frustración y estrés.
Competir desde el miedo implica una frecuencia respiratoria errática, tensión muscular, lesiones, reacciones inapropiadas y principalmente, un sentimiento de insatisfacción que obliga al deportista a perseguir una recompensa que llene el vacío que lo atormenta.
Estás condiciones son claramente incompatibles con las características de un rendimiento óptimo que un atleta debe conseguir y por supuesto se aleja radicalmente del componente fundamental y transversal de todo competidor: el disfrute.
Por otro lado, competir a nivel profesional motivado por el miedo choca irremediablemente con la cuestión existencial del deportista y es lo que lo hace levantarse cada día de la cama:
¿Para qué compito?
Cuando este sentido es otorgado e impuesto desde afuera, como el caso de un padre, se genera un escenario realmente temible. Me cuesta, de solo pensarlo, ponerme en el lugar de un deportista que dedicó toda su vida a algo por un deseo ajeno.
Este artículo no sólo es una reflexión personal acompañada de ejemplos reales, sino que mi intención es hacerte reflexionar si eres deportista, si eres consciente de para qué lo haces y si tienes la capacidad de conectarte con recompensas internas que alimenten el combustible de tu motivación.
Por otro lado, si eres padre o madre de un atleta, puedes preguntarte:
¿Qué es lo que quieres para tu hijo o hija?
¿Desde qué rol lo vas a acompañar en su vida?
¿Sabes si el deporte que practica le gusta o es simplemente el que tu querías que practique?
Lo interesante es estar abierto y tomar consciencia, sabiendo que la visibilidad de estas historias es muy importante para poder mejorar, ser mejores padres y aprender a convertirse en un mejor competidor.
También tener en cuenta que existen herramientas para trabajar en ello y que muchas veces es necesario conversar para entender de dónde vienen los comportamientos y cómo poder modificar aquellos que nos desvían de nuestros objetivos y de aquella persona en la que te quieres convertir.